El precine y el cine primitivo nos ofrecen un terreno excelente en el que poder plantear desnudamente los grandes problemas teóricos del séptimo arte; del de cualquier época (incluido por supuesto el cine contemporáneo), porque allí están a flor de piel, y por eso se perciben de una manera mucho más explícita y contundente, los asuntos esenciales que atañen a la estética fílmica. Pero el estudio de los aspectos estéticos del cine difícilmente se puede separar de una revisión crítica de su papel en la conformación de la cultura de masas, ya que, pese a haber dado lugar al arte más característico del siglo XX, el cine ha contribuido también a configurar en gran medida el núcleo de la ideología dominante contemporánea; un hecho de lenguaje en el que, por primera vez en la historia, son las imágenes mas imaginarias las que imponen su lógica y dominio. Esta inevitable imbricación entre lo estético y lo ideológico quizá permita explicar como el análisis de los orígenes del cine es algo más que el pequeño territorio acotado del erudito, o que el aburrido entretenimiento académico de un historiador especializado. muy al contrario, tiene mucho que decir a cualquiera que esté interesado en pensar, conocer y saber sobre la realidad (incluso aunque no le guste demasiado el cine); porque dicho acontecimiento histórico plante problemas gnoseológicos y epistemológicos de gran calado: pensar el invento del cine, que siendo una creación científica paso de inmediato y sorprendentemente a ser un espectáculo de baja estofa, primero, y después de arte narrativo, es útil para descifrar y pensar nuestra actual sociedad interconectada y posmoderna en sus claves mas ocultas. Y sobre todo, para poder situarnos de manera más clarividente o critica frente a los textos artísticos y los discursos ideológicos que la configuran.