Para Nietzsche el nombre de Diónysos, el dios griego originalmente procedente de Asia, se convierte en la metáfora de una comprensión del mundo que no niega la condición trágica de la existencia humana, sino que aún en su tragicidad logra afirmarla. Diónysos representa la recuperación de la visión del mundo griego; la afirmación de la Tierra, de la sensualidad y del erotismo. Pero Diónysos es también el concepto opuesto al Crucificado, al cristianismo; a 2000 años de una concepción cristiana hostil a los sentidos. El concepto nihilista de Nietzsche resulta incomprensible sin la inclusión de los dos milenios de dominación cristiana que acabaron con la interpretación antigua del mundo. Lo que hasta ahora se ha tomado muy poco en cuenta es que con su negación del mundo existente, con su desplazamiento del sentido a un más allá no existente, el nihilismo original fue planteado por el cristianismo. El nihilismo del cristianismo residía en la desvalorización del mundo terrenal, de los sentidos, del erotismo. El nihilismo de Nietzsche es tan sólo la última consecuencia de la interpretación cristiana del mundo. Nietzsche es el nihilista antinihilista en tanto que confronta al cristianismo, y lo aniquila, para ayudar al resurgimiento de una cosmovisión original, es decir, la griega, que fue destruida por el monoteísmo cristiano. Únicamente después de la destrucción de los valores cristianos dominantes, el mundo puede mostrarse tal y como era originalmente: sin valor y sin objetivo. Y este mundo sin valores está abierto al sentido que quiera darle el hombre, que debe procurarse sus propios valores y objetivos. De modo que el nihilismo de Nietzsche, que recupera la tradición de Montaigne y de la Antigüedad tardía, es el que propiamente hace resurgir y postula un nuevo arte de vivir.