Las Elegías Romanas constituyen uno de los momentos más brillantes de la poesía de Goethe. Por su métrica, objeto y finalidad Elegías Romanas representan una de las cimas del llamado «clasicismo de Weimar» y, en consecuencia, son también una muestra de rechazo a la sensibilidad romántica. Goethe quiere una poesía natural, que cante y diga la naturaleza en su inmediatez perceptual: quiere ver la naturaleza como sexo y paisaje. Pero las Elegías Romanas no son la escritura de una Roma en la que la naturaleza era amor y el amor naturaleza, sino la coagulación literaria de un recuerdo que con el tiempo se transforma en realidad. Si Schiller encuentra en el mundo clásico un momento de aproximación entre arte y moral y, en consecuencia, la afirmación del espíritu, Goethe entiende que Roma le ha enseñado a separar una de otra a modo de condición inexcusable para la afirmación incondicionada de la sensorialidad y la materialidad de la naturaleza externa, pero que tal afirmación se lleve a cabo con un gesto vital y poético de rechazo al romanticismo no hace sino poner de manifiesto la pervivencia de los fantasmas románticos, al igual que el deseo de anular la distancia temporal entre el presente y la antigüedad clásica lleva consigo, implícita o explícitamente, reconocerla y admitir que en aquellos felices tiempos sucedía «algo», ficticia o realmente, que se ha perdido y que no debería haberse olvidado.