Don Quijote se sintió presa del terror cuando supo que su «verdadera historia» era producto de la imaginación febril de un historiador árabe, Cide Hamete Benengeli. Su miedo estaba justificado, dada la proclividad de la literatura árabe a los elementos maravillosos, los mismos que Ramón Menéndez Pidal consideró foráneos a la narrativa española cuando se refirió al «invencible desvío que la inventiva ibérica siente por las quimeras fantásticas». La presente edición de la leyenda morisca de Buluqiya constituye una excepción a las teorías del ilustre maestro, y a la vez confirma los temores de Don Quijote. Un anónimo morisco aljamiado adapta a la prosa española la familiaridad gozosa con la 'literatura de mirabilia' que caracteriza a la narrativa árabe. De remoto origen indopersa y sumerio, la historia narra el viaje de Buluqiya a los confines del universo en busca de un profeta aún por nacer llamado Mahoma. En sus vertiginosos desplazamientos escatológicos a través del tiempo y del espacio, el héroe encuentra islas de oro, árboles dotados del poder del habla, aves del Paraíso de plumas de esmeralda, caballos que vuelan como Clavileño, ángeles de luz que rielan por las aguas, pero no logra dar con el Profeta. El refundidor morisco dialoga con las «Mil y una noches» y sobre todo con las «Qisas al-anbiya» o «Historia de los profetas de Tallabi», cuya traducción del árabe consta aquí junto a la versión aljamiada. Pero más que las maravillas del relato, lo que realmente le importaría a los lectores clandestinos del morisco era la búsqueda simbólica de su identidad islámica, que probó ser tan elusiva para ellos en la España renacentista como resultó el Profeta Mahoma para el infatigable viajero ultramundano