La historia de la salvación de la humanidad está centrada en la Cruz. Ella es el núcleo sobre el que gravita la Redención y la referencia desde la creación del universo hasta el final de los tiempos. No obstante, en un sorprendente e inhabitual efecto la Cruz es también la luminaria del pasado. Esa centralidad de la Cruz de Cristo arroja luz sobre todo el Antiguo Testamento. El cumplimiento literal de tantas profecías sobre los sufrimientos que padecería el Mesías trasciende cualquier simple coincidencia y sirve para validar que Jesús fue quien dijo que era: el divino Hijo de Dios. La sombra de la Cruz gravitó sobre Jesús y sus padres desde el mismo momento de su extraordinaria concepción. Ninguno de los tres pudo olvidar desde entonces esta realidad. Sin embargo, también conocían perfectamente que ese camino conducía a la salvación de todos los hombres y que era la voluntad de Dios. Una mezcla de dolor y gozo que constituyó la urdimbre más íntima de sus personalidades. La intención de estas consideraciones es que nos ayuden a ser cristianos coherentes, fuertes y maduros, unos valores que se obtienen principalmente estando junto a la Cruz de Jesús.