Frente a la manía moderna de encasillar todo, la aparición de un pensamiento atípico genera rechazo. La defensa de Stirner del egoísmo radical, basada en la idea de que no hay mayores ególatras que Dios y el Estado (exigen obediencia absoluta), no encaja con las posturas actuales del individualismo, que en nombre de la libertad de acumular instaura un régimen desigual. Si la modernidad destronó a Dios y al Rey, fue sólo para poner otro yugo, que justifica atrocidades similares a las que combatía. En oposición al individuo gregario, Stirner propone al Único, el sujeto que hace suyos sus deseos y pensamientos, que no espera un código moral y que se atreve a aceptar las consecuencias. El Único quiere liberarse de las cadenas sociales y mentales que lo atan a una vida correcta y prefigurada.