La vigilancia de las fronteras se ha convertido, en los últimos años, en un gran negocio. A partir de la década de 1990, las empresas privadas de seguridad y la industria del armamento han descubierto que el control de los inmigrantes puede ser una gran fuente de ganancias. La mayor empresa de seguridad, G4S (que dedica una parte de su actividad a la «gestión» de la inmigración), tiene en la actualidad más de 650.000 empleados, lo que la convierte en la segunda empresa privada del mundo en personal contratado. FRONTEX, la agencia europea de vigilancia de fronteras creada por la Unión Europea, es emblemática de este boom, muy rentable políticamente y muy lucrativo en el plano financiero. Libia, antes y después de Gadafi, ha sabido sacar provecho del «maná» de los emigrantes, que son objeto de infinitos tejemanejes por parte de los capitales europeos. En Israel y Estados Unidos, la construcción de centros de detención para extranjeros y el levantamiento de muros, destinados a cerrar las fronteras, ha supuesto un buen negocio, a la vez que es una eficaz forma de alimentar los fantasmas xenófobos de la población, con la consiguiente satisfacción de determinados políticos. El sistema SIVE (Sistema Integrado de Vigilancia Exterior), utilizado en las islas Canarias, las Baleares y el sur de España, las murallas que se alzan en México o Tel-Aviv… estos engranajes invisibles en busca de nuevas ganancias, establecidos por todas partes, de Senegal a Estados Unidos, de Kiev a París o de Tel-Aviv a Turquía, salen por primera vez a la luz en este sorprendente y explosivo libro.