Sin renunciar al imaginario Vigàta, «el pueblo más ficticio de la Sicilia más típica» y escenario de todas sus novelas, Andrea Camilleri deja descansar en esta ocasión al comisario Salvo Montalbano para narrarnos una historia basada libremente en un estudio de Leopoldo Franchetti sobre la Sicilia del siglo XIX. Giovanni Bovara, inspector de Hacienda genovés pero de padres sicilianos, llega a Vigàta dispuesto a recaudar los impopulares impuestos sobre la molienda que el gobierno italiano exigía a los terratenientes sicilianos. Una vez allí, se encuentra con una complicada red organizada para defraudar al Estado, algo que Bovara no está dispuesto a consentir, aunque para ello tenga que vérselas con la astucia y las malas artes de la mafia de los terratenientes. Prueba de ello es que, el día que pretende denunciar el asesinato de un cura que ha presenciado por casualidad, acaba siendo acusado del crimen y encerrado, incomunicado e indefenso, en un calabozo. Ante la gravedad de la situación, Bovara reacciona de forma inesperada y, como si de una jugada de ajedrez se tratara, pilla a sus oponentes por sorpresa. Así, rescatando de sus recuerdos infantiles el dialecto siciliano de sus padres y la manera de pensar de sus ancestros, se le ocurre la única manera de vencer a sus enemigos y salvar su vida. El choque brutal entre las normas de la modernidad y los hábitos recalcitrantes de una sociedad ancestral y hermética como pocas, que incluso perdura hasta nuestros días, queda reflejado en esta novela con la maestría habitual de Andrea Camilleri, un siciliano universal que conoce como nadie los entresijos del alma de sus congéneres.