Las reacciones suscitadas por Moisés y la religión monoteísta, la última obra de Sigmund Freud publicada en 1938, abarcan desde su aceptación como historia literal hasta su virulenta condena como un ataque malicioso a los fundamentos mismos de la existencia judía. Los estudiosos bíblicos la han rechazado casi unánimemente como una manipulación arbitraria de datos históricos dudosos, mientras que antropólogos e historiadores de la religión han señalado su dependencia de presupuestos etnológicos desfasados. En otra vertiente, la crítica ha tratado el libro como un documento psicológico de la vida interior de Freud, sometiéndolo a la exégesis psicoanalítica. Pero aunque Moisés y la religión monoteísta pueda leerse como el capítulo final del historial clínico de la larga vida de Freud, también es un escrito sobre asuntos de importancia general —la naturaleza de la historia, la religión y la condición del pueblo judío, el cristianismo y el antisemitismo— cuya composición, desde sus primeros esbozos en 1934, estuvo marcada por una circunstancia histórica trágica, en medio de las vicisitudes del propio movimiento psicoanalítico. La aproximación de Y. H. Yerushalmi, en su calidad de historiador del judaísmo, pretende comprender el Moisés de Freud de una manera inaccesible a los críticos psicoanalíticos o literarios. Su preocupación prioritaria por la naturaleza de la memoria colectiva judía le permite situar esta obra a una luz completamente nueva. Se hace así cargo de la controversia creada por la actitud de Freud con respecto a su propio judaísmo, a una «judeidad» que, según el creador del psicoanálisis, se perpetuaría de forma «interminable» frente a un judaísmo «terminable». El Moisés puede leerse entonces como la historia psicoanalítica de los judíos, del judaísmo y de la psique judía; como el intento de Freud, bajo la sombra del nazismo, de descubrir qué hizo a los judíos ser lo que son.