Todo sucede en un camino. En un camino un niño fue abandonado para morir; en un camino un joven mató a un hombre mayor que él; en un camino el homicida fue retado por un monstruo con cuerpo de león y cabeza de mujer a que resolviese un enigma: el hombre ganó y se convirtió en rey. Por un camino, o mejor, por muchos caminos, el mismo hombre arrastró sus pies de viejo ciego apoyado en un bastón, con la única compañía de su hija. El camino, que tantas veces reaparece en el mito de Edipo, no es sólo una metáfora de la vida, sino también el símbolo del tiempo que avanza y de la identidad que se transforma. No existe, pues, un solo Edipo, sino que existen muchos. Múltiples y singulares son las identidades que el mito ha asumido a lo largo de los siglos: de la máscara arcaica y tribal a la desdichada y sufriente de Sófocles y Séneca; del Edipo medieval a la tragedia moderna de los dramas de Tesauro y Voltaire; de los enigmas y de los oráculos a los sueños y a los lapsus. Pero es en el siglo XX cuando toma cuerpo el «nuevo» Edipo: un héroe que ya no lucha contra el destino sino contra una parte desconocida e irresistible de sí mismo; se transforma en un personaje difícil y atormentado, un hombre moderno con una oscura personalidad. Freud, al fundar el psicoanálisis, escoge justamente al Edipo del drama griego como símbolo de otro tipo de drama, convirtiéndolo en el mito fundador de una visión distinta del hombre y de su famoso «complejo»: desde entonces la culpa es necesidad y el Hado se transforma en el Inconsciente. Aunando relato (Maurizio Bettini), ensayo (Guido Guidorizzi) e iconografía, estamos, sin duda, ante un fantástico y original estudio de historia cultural.