Escrito contra un discurso que sacraliza la democracia, este ensayo de Olivier Mongin responde a dos motivaciones: en principio, a la ambición de abarcar los sentimientos escondidos del homo democraticus para poder auscultar mejor sus pulsiones secretas. La otra apuesta consiste en evocar las mitologías contemporáneas para arrojar luz sobre las cavernas oscuras de la sociedad.