En Toledo amaneció dos veces aquel día sin fecha, y con la claridad matinal la luz mediterránea se bañó en el espejo del Tajo; un Ulises moderno, no por mar, portador de unas cartas y de un mapa, acompañado por su amigo veneciano Francisco Preboste, intermediario financiero del artista y colaborador suyo en el taller toledano, había encontrado su Tierra Prometida en el mundo toledano, donde perduran en vivo las huellas del tiempo ya ido; con él la huella acumulada en Italia se desplazó a Toledo y él dejó todo unificado con su toque personal.