El Señor juega con los hijos de los hombres. Lo dice la sagrada Escritura: «Ludens coram eo omni tempore, ludens in orbe terrarum» (Prov 8, 31). Al hombre le fascina el juego: está en nuestra naturaleza. El hombre necesita saltar, arriesgar, lidiar, en definitiva: jugar. Y es que así nos lo pasamos bien.El juego es muy humano y los fallos durante el mismo también.