Pese al éxito de las máximas del «impío» Maquiavelo, durante los tres siglos de la Edad Moderna la virtud siguió siendo valorada como clave del buen gobierno, particularmente en la Monarquía Hispánica. Las lecciones sobre la prudencia, la justicia, la equidad, la templanza
, de Aristóteles y Santo Tomás, se mantuvieron como ejes de la reflexión política en los territorios del rey de España, aunque sensibles a la renovación de los tiempos. Rejuvenecido por la segunda escolástica, enriquecido por el estoicismo, reforzado por la Reforma católica y transfigurado por el proyectismo dieciochesco, el discurso sobre la virtud, lejos de ser una coartada cínica, funcionaba como criterio cierto para la toma de decisiones, si bien era lo suficientemente flexible como para dejar espacio a otras consideraciones. En este libro se muestra cómo, en la inmensidad de la Monarquía Hispánica, desde el Mediterráneo al Pacífico, la virtud actuaba como norte de las conciencias, espoleando ánimos y enmarcando, aun sin condicionarla absolutamente, la vida pública. Pero también se muestra cómo, en el mismo ámbito, la virtud se entendía de diversas maneras: en la administración del patrimonio y del fisco, en la carrera de las armas, en el mundo eclesiástico
Y que, a lo largo de las tres centurias modernas, el concepto evolucionó y se adaptó a las distintas fórmulas de gobierno, desde el modelo jurisdiccional al ejecutivo. Pero sin perder, en ningún caso, el aura de exigente rectitud moral.