Era el último día de las vacaciones de verano de Garmann, un niño noruego. Sus tías abuelas venían de visita y ya olía a otoño. Garmann se impacientaba al ver que no se le movía ningún diente. Aún no se le había caido ninguno. Quedaban trece horas para el comienzo de su vida escolar. Por eso tenía miedo.