El nombre de Alfonso de Cartagena (1385-1456), figura principal en la Castilla de Juan II, resonó por toda Europa gracias a su labor diplomática ante el rey de Portugal y el Concilio de Basilea, y por su polémica con Leonardo Bruni acerca de la traducción al latín de la Ética a Nicómano. Hijo de quien fuera gran rabino de Burgos (con el nombre de Shlomo-a-Levi) y más tarde obispo de esa misma ciudad (con el de Pablo de Santa María), a don Alfonso le cupo un importante papel en la Iglesia, como deán de Santiago y Segovia, apostólico y colector pontificio, y finalmente como obispo de Burgos. Su habilidad como negociador se puso de manifiesto en el Concilio de Basilea, donde defendió exitosamente los derechos que asistían a Castilla en la conquista de las Islas Canarias y la precedencia de los reyes de España sobre los de Inglaterra. Al tiempo que servía a la monarquía castellana, persiguió una reforma moral de toda la sociedad basada en la fe cristiana y reforzada por la virtud estoica y los cuatro basamentos de la Ética aristotélica: la fortaleza, la justicia, la liberalidad y la magnificencia. Su obra en latín y romance (incluidas sus traducciones de Cicerón, Séneca y Boccaccio) es de sumo interés para el especialista en Medievo tardío y temprano Renacimiento, que celebrará que el Duodenarium salga finalmente a la luz. En este tratado misceláneo, escrito a su regreso de Basilea, don Alfonso se sirve de dos géneros característicamente humanísticos, la epístola y el diálogo, sobre los que monta un ejercicio exegético cuajado de ideas innovadoras y originales.