La confesión del Dios uno y trino se encuentra en el centro de la fe cristiana. El cristiano es bautizado en su Nombre y son incontables las oraciones que se dirigen a él. No obstante, llama la atención el hecho de que, en nuestro tiempo, en la teología y en la conciencia de la fe, la Trinidad parece ser una especie de reliquia sagrada pero relegada, tan alejada de los planteamientos teológicos actuales como de la vida real y sus problemas. Frente a este escenario, el autor muestra que la fe cristiana sólo puede ser comprendida total o parcialmente si se comprende a Dios no como una unidad monárquica, sino como Communio, es decir, como comunidad de tres personas cuya unidad es la del amor recíproco. Además, el autor muestra que la confesión de fe en el Dios uno y trino no solamente tiene significación para la fe, sino que es una pregunta directamente decisiva para comprender todo aquello que moviliza la vida humana: ¿cómo se puede concebir la evolución, cómo comprender la historia, cómo captar la sociedad? ¿Qué es la persona? ¿Cuándo un diálogo se desarrolla con sentido? ¿Cómo puede hacerse fructífera la crítica de la religión? Y así sucesivamente. Como convincentemente expone el autor, para estas y muchas otras preguntas de la fe y de la vida, la fe en el Dios uno y trino abre perspectivas nuevas y sorprendentes. "Cuenta la leyenda que Agustín, mientras estaba meditando sobre la Trinidad, fue advertido acerca de la inviabilidad de su propósito por un niño que intentaba vaciar el mar a cucharadas echando el agua en un pozo excavado en la arena de la playa. Sin embargo, el niño hubiese hecho mejor si hubiera aconsejado a Agustín que se bañara en ese mismo mar. ¡Por qué habría de querer vaciarlo, cuando el mar adquiere su propia naturaleza, su hermosura y esplendor justamente al recibir, purificar, sostener y reconfortar a quien se baña en él…!"