Esta obra inaugura un nuevo campo de la historia de la pintura: el detalle, visto inopinadamente o poco a poco descubierto, identificado, aislado, separado de su conjunto, pone en cuestión las categorías de la historia del arte que parecen haber sido establecidas «de antiguo». Estudiando los diferentes estatus del detalle, Arasse propone otra historia de la pintura: una historia mucho más cercana a las prácticas del pincel y a la mirada.