A la salida del pueblo había una bifurcación con tres caminos: uno iba hacia el mar, el segundo a la ciudad y el tercero no iba a ninguna parte. Martín lo sabía porque se lo había preguntado a todos, y todos le habían dado la misma respuesta: ¿Ese camino de allí? No lleva a ninguna parte. Es inútil ir por él. Era tan obstinado que comenzaron a llamarlo Martín Testarudo, pero él no se lo tomaba a mal y seguía pensando en el camino que no llevaba a ninguna parte. Cuando fue lo bastante mayor, una mañana se levantó temprano, salió del pueblo y, sin darle más vueltas, tomó el camino misterioso siempre adelante.