En esta obra, Lisa Jardine explora las repercusiones históricas del primer asesinato de un jefe de Estado a punta de pistola. El disparo que recibió el príncipe Guillermo de Orange en el vestíbulo de su residencia de Delft en julio de 1584 de mano de un católico francés tuvo consecuencias políticas inmediatas: fue un grave revés para la causa protestante en los Países Bajos, ya que sus fuerzas luchaban por la independencia del yugo católico del Imperio Habsburgo. Pero, tal como ilustra de forma brillante Lisa Jardine, sus implicaciones para aquellos que detentaban cargos de poder fueron todavía de mayor alcance, ya que el asesinato anunciaba de forma brutal e irrevocable una nueva amenaza letal para la seguridad de las naciones: un arma que podía ser ocultada y utilizada a quemarropa con efecto mortal. Tras el asesinato de Guillermo, se aprobó una ley en el Parlamento inglés según la cual llevar una pistola en las cercanías de cualquier palacio real era considerado delito. Y, con el tiempo, esta medida resultó no ser del todo injustificada, ya que este asesinato fue el primero de una larga y sangrienta cola que incluiría los de Abraham Lincoln en 1865 y el del archiduque Fernando en 1914, y que continúa hasta nuestros días.