Como profesores de lengua, el nuestro no es el arte de «enseñar», sino el arte de «no enseñar» la lengua: el arte de promover y gestionar una comunicación genuina que facilite a los alumnos adquirir las competencias que les permitan establecer, regular y mantener sus relaciones personales. Cuando decimos «lengua», queremos decir «comunicación»; y cuando decimos «comunicación», estamos refiriéndonos a todo eso que hacemos para relacionarnos con los demás. En realidad, por tanto, la lengua no se puede enseñar: más bien, hay que experimentarla, hay que hacerla. Recorreremos, pues, las cuestiones clave de la didáctica de la lengua: en primer lugar, qué quiere decir «no enseñar» (no enseñar, sino promover y gestionar los procesos de adquisición y desarrollo de los alumnos); en segundo lugar, hay que no enseñar «qué» (o cuál es nuestro objetivo: las competencias comunicativas y las habilidades lingüísticas de los alumnos, como individuos y como miembros del grupo); y no enseñar, en todo caso, «cómo» (esto es, una metodología de aula basada en los contextos significativos); por último, no enseñar «quién» (o cuáles son nuestras funciones como profesores de lengua, a medio camino entre el sabio y el artista).