Surgidos al final de la Edad Media, los coches de caballos fueron llevados a América por la corona de Castilla inmediatamente después de la conquista. En la capital de Nueva España arraigó su uso muy pronto, convirtiéndose en símbolos de estatus privilegiado y de la sociedad cortesana barroca, de manera que fueron usados por los virreyes en sus entradas triunfales en México desde mediados del siglo XVII. En 1706 se fecha la fundación del gremio de carroceros de la ciudad de México, cuyas ordenanzas permiten conocer el desarrollo de este arte que tuvo repercusiones en el urbanismo y en la arquitectura. El sentido barroco de los coches del siglo XVIII hizo que a las técnicas específicamente carroceras se sumaran otras actividades artísticas en los carruajes, como las labores de talla que los adornaban, las pinturas que recubrían sus cajas, la tapicería que los forraba o la guarnicionería que los unía a los animales de tiro. La rápida evolución de la carrocería ocasionó que las ordenanzas del gremio mexicano tuvieran que sustituirse hasta en tres ocasiones en apenas un siglo, de manera que al final del virreinato se debatió en el marco académico propio del neoclasicismo el concepto mismo de coche, que fue entendido como una obra de arte total. A fines del siglo XVIII y principios del XIX surgió el servicio de taxis, así como las primeras diligencias que conectaron las principales ciudades del país, en el que la proyección de la carrocería virreinal se atestigua hasta al menos mediados del siglo XIX, producida ya la independencia de México.