El amor fue perseguido en tiempos de Franco como ninguna otra cosa, o, cuando menos, el amor humano. El régimen surgido de la sublevación contra la legalidad republicana y la democracia no tuvo, en principio, otro norte que la represión: sabiéndose no popular, no querido, actuó con saña contra todas las expresiones de la libertad, y el amor, el sexo, la sensualidad, el placer, el erotismo y la camaradería intersexual fueron, como significadas expresiones de la espontaneidad del libre albedrío, literalmente proscritos de la vida social, y aun, como veremos, de la personal e íntima. Para ello, ¿qué mejor que encargar ese emasculamiento masivo a la Iglesia católica, a ese viejo club de célibes perseguido por los “rojos” durante la contienda y siempre obsesionado, atormentado siempre, por el amor carnal, humano?¿Quiénes mejor dotados para esa misión fungicida que aquellos que, pues nada sabían del tórrido amor humano, podían negarlo, entenebrecerlo, reducirlo a la condición de mero tic reproductivo?