El Real Monasterio Cisterciense de Santa María de Piedra fue fundado en 1195 bajo la protección de Alfonso II de Aragón y consagrado en 1218 siendo rey Jaime I. Durante el siglo XIII y la primera mitad del XIV se edificaron la mayor parte de sus dependencias dentro del modelo arquitectónico hispano-languedociano. Piedra conformó unos importantes dominios territoriales en torno a las cuencas del Jalón, Jiloca y Alfambra y, en paralelo a la prosperidad económica, se documenta una sobresaliente actividad artística y un notable prestigio espiritual. Sin embargo, a mediados del siglo XIV, Piedra conoció una gravísima crisis que tuvo una triple dimensión: demográfica (consecuencia de la Peste Negra de 1348 y sus sucesivos rebrotes), económica (consecuencia de la destrucción del tejido productivo de la región durante la guerra de los dos Pedros) y espiritual (consecuencia del cisma de Avignon y de la posición de la iglesia aragonesa a favor del Papa Luna). En la última década del siglo XIV Piedra logró remontar la crisis apoyándose en la devoción al Sacro Dubio de Cimballa, su más singular reliquia y su activo económico más importante. El trabajo que aquí se presenta aborda el estudio de la reliquia y su devoción, dentro del prisma de expansión del culto al Corpus Christi y su impacto en el arte a través del retablo relicario que sirvió para guardarlo y exhibirlo.