Gracias a la capacidad del cine para hacernos soñar, millones de personas han podido navegar por mares y océanos. Desde los albores del cinematógrafo se han producido películas sobre el mar, en ocasiones —aunque escasas—, potenciando sus bondades; en otras —demasiadas—, explorando su peor vertiente: las tragedias de los naufragios y la inmigración, la delincuencia de la piratería o del narcotráfico, la ambición de conquista, la precariedad de los pescadores… Pero, a pesar de la brutalidad con la que a veces se manifiesta, el mar suscita un atractivo —quizás atávico porque de él surgimos— que provoca que se contemple con admiración, tanto en su agitación como en su calma.