Cristóbal de Santa Catalina es un ejemplo brillante de cómo el espíritu franciscano admite a la vez el silencio riguroso del desierto y la dinámica imparable a la hora de repartir amor y caridad asistencial en la ciudad de Córdoba en el s. XVII, sobre todo entre la injusta caravana de pobres mujeres que encontraba en los rincones menos higiénicos de la ciudad.