Este texto no trata sobre Historia con mayúsculas. No es el propósito de la autora contar solo lo que pasó. Habla de la gente corriente que hay detrás de los hechos históricos, eso que Unamuno denominó “intrahistoria”. Es la historia de la autora, la madre de Rodrigo, un estudiante cualquiera, un viajero como otros tantos que perdieron la vida aquel maldito 11 de marzo de 2004, y de lo que supuso para su familia. Dicen que la Historia la escriben los poderosos y las guerras, los vencedores. En este caso el poder político intentó manipular la verdad para camuflar sus responsabilidades. Sus medios de comunicación fueron insistentes durante años. Aunque no pudieron torcerla como habían pretendido, mancillaron sin compasión el dolor y el derecho al recuerdo de los familiares de las víctimas. Todavía hoy, restos de sus teorías conspirativas ensucian con sombras de duda la memoria colectiva. Desde su humilde oficio de escritora, la autora quiere contar la historia de los que perdieron. Los de siempre. Los de abajo. Del sufrimiento por el asesinato de un hijo, multiplicado por el mal hacer de muchos conciudadanos. Redactado casi quince años después de los hechos con una serenidad adquirida con el tiempo y un esfuerzo continuado, pero muchos de los textos se escribieron en momentos muy duros y están cargados de rabia, de pena, de desesperación o de angustia. Este testimonio es valioso porque muestra la realidad de lo vivido.