En los albores del siglo xx, artistas y críticos mexicanos se repetían la misma pregunta: ¿dónde está el arte nacional? Las obras realizadas hasta entonces eran fruto de una sociedad feudal, de una nación sometida a ideas extranjeras y enamorada de visiones que venían de ultramar. La inexistencia de una escuela mexicana llevaba a la búsqueda de una estética que no estuviera sujeta solo al gusto de los compradores ni a la autoridad de los preceptores. Miembro destacado de la generación que haría posible este sueño, Diego Rivera aprehendió con ojos modestos y profundos la realidad mexicana, poniendo al servicio de su tierra esa imaginación tan peculiar que terminaría por marcar de forma indeleble al arte nacional. Diego Rivera, luces y sombras, de Raquel Tibol, narra el papel del artista en la formación de la escuela más importante que ha tenido el arte en México, así como los aspectos políticos y sociales que marcaron su vida: la influencia de su padre, los años de trabajo en Europa, la revolución mexicana, la revolución rusa, con la que estableció una estrecha relación a través de Maiakovski, y su relación con Frida. Gracias a este libro, y de la mano de una intelectual de prestigio que conoció personalmente a Diego y Frida, el lector podrá acercarse a las luces y sombras que iluminaron la obra de uno de los artistas más importantes que ha tenido México.