Uno de los éxitos de la temporada literaria de 1967 fue el Diario de una vida breve, de Juan Manuel Silvela Sangro. Lo apoyaron algunos de los nombres de más peso en el Madrid intelectual de aquel momento. Julián Marías le escribió un iluminador y emotivo prólogo (epílogo en la presente edición); en una entusiasta reseña Guillermo Díaz-Plaja elogió la naturalidad del estilo y la delicada sensibilidad del escritor; mientras que Federico Sopeña lo consideraba poco después un documento de la vida musical de Madrid, indicativo además de ciertas nuevas actitudes religiosas, políticas y culturales en pleno franquismo. Desde niño Juan Manuel padeció de una grave lesión cardíaca de la que murió en París en mayo de 1965, a los treinta y dos años. Quizá el reposo al que se vio abocado intermitentemente le proporcionó la distancia contemplativa favorable a la escritura de un diario. Pero éste es un diario donde la introspección y las conclusiones son secundarias, donde lo que más importa es la atención sorprendida, la curiosidad insaciable, el descubrimiento gozoso de los distintos aspectos de la vida entre la adolescencia y la primera juventud. Y nos conmueve por su fragilidad, ya que al leerlo sabemos el prematuro desenlace fatal, mientras que el diarista, esperanzado a pesar de los indicios contrarios, se lanza a vivir la vida con la ilusión del que la tiene entera por delante. Ya entonces afirmaba Julián Marías que el diario en tono menor de Manolo Silvela, velado de grises, hecho de bondad y buena educación, muestra con mucha más fuerza que tantas novelas lo que ha sido Madrid al menos, un fragmento de Madrid- desde 1949; y en él, yendo y viniendo, ensayando la vida, soñándola, esperándola, deseándola, temiéndola, desconfiando de ella, tratando de entenderla, gozándola siempre, un personaje atractivo, sincero, lleno de matices, generoso y por ello a última hora feliz. Juan Manuel Silvela Sangro nació en Madrid en octubre de 1932 y murió en París en mayo de 1965. Licenciado en Derecho, estaba especializado en el estudio de las lenguas modernas y tradujo algunos libros de diversas materias. En Zúrich, donde vivió a principios de los años sesenta, fue director de la sección de español de la Escuela de Intérpretes y profesor de alemán en la Escuela de Artes y Oficios. Póstumamente se publicaron sus diarios, que abarcan de 1949 a 1958, bajo el título de Diario de una vida breve (Prensa Española, 1967) y sus Cartas a Anna (Prensa Española, 1970), escritas entre 1960 y 1965.