Presentamos esta joya literaria medieval, de la que tal vez muchos han oído hablar o la han visto citada en estudios sobre la tradición monástica, pero que no la conocen. Y lo hacemos con el mismo talante de buen humor, sana curiosidad y comprensión que Dom J. Leclercq solía aplicar a los lectores del s. XII respecto a la Apología de san Bernardo: “Tanto los monjes negros como los blancos distinguían perfectamente el contenido real y la intención del abad de Claraval, y lo exagerado y cómico de muchas de sus expresiones. Y todos disfrutaban con sus lecturas”.