Cuando reflexionamos acerca de los orígenes del marxismo en seguida pensamos, con toda razón, en la filosofía alemana, en la economía política inglesa y en el socialismo y las corrientes políticas francesas, elementos todos ellos fundamentales en la gestación del socialismo científico. Sin embargo, Marx y Engels no sólo asistieron a revoluciones políticas a lo largo de su vida; durante el siglo XIX el progreso científico y tecnológico alumbró asimismo conquistas equiparables en el campo de las ciencias naturales: el nacimiento de la química moderna, la teoría evolucionista de Darwin, el descubrimiento por Pasteur y otros de todo un mundo microbiano se volvía, pues, indispensable elaborar, a la luz del carácter dialéctico de los nuevos datos obtenidos por las ciencias naturales, una concepción materialista dialéctica de la naturaleza que asumiera tales logros y, absorto como estaba Marx en la redacción de El capital, le tocó a Engels afrontar semejante reto. Y así, fue él quien, en Dialéctica de la naturaleza, elaboró los postulados fundamentales sobre materia y movimiento, demostrando que «las leyes dialécticas son leyes reales del desarrollo de la naturaleza, y, por lo tanto, también resultan válidas para las ciencias naturales teóricas». En polémica contra las diversas tendencias anticientíficas vigentes entre los hombres de ciencia de la época, impregnados de las concepciones propias de la ideología dominante materialismo vulgar, metafísica, idealismo, agnosticismo, mecanicismo, espiritualismo, Engels interpreta de manera nueva las conquistas más importantes de las ciencias naturales. Al hacerlo, aborda problemas y categorías de la dialéctica, tales como causalidad, necesidad y casualidad; clasificación de las formas de juicio; relación entre inducción y deducción; función de las hipótesis y muchos otros. En esta obra precursora, Engels formula, además, la teoría definitiva sobre el papel del trabajo en el proceso de hominización, y de la práctica y la producción en el desarrollo de la ciencia.