¿Ciencia ficción hecha en nuestro país? ¿Viajes en el tiempo en la televisión pública? El escepticismo se adueñaba de cualquiera que escuchase hablar de El Ministerio del Tiempo antes de su emisión por mucho que sus artíf ices fuesen Pablo y Javier Olivares, creadores de series de calidad contrastada como Isabel o Víctor Ros. Los diez primeros minutos del primer capítulo bastaron para acabar de un plumazo con cualquier tipo de prejuicio y para demostrar que estábamos ante algo muy diferente a lo que cualquier espectador hubiese visto previamente en nuestra tele. Más allá de su impecable factura técnica, sus extraordinarios guiones llenos de guiños y humor, sus emotivas interpretaciones y de la innegable vocación de servicio público, la serie tenía ese algo que distingue a las buenas producciones de aquellas que cautivan a la audiencia hasta convertirse en series de culto. Es decir, series que acompañan a sus espectadores más allá de la emisión y que se convierten en objeto de discusión y análisis por parte de una creciente comunidad de adeptos. Dentro de El Ministerio del Tiempo se une a esa legión de ministéricos y se adentra en todo tipo de aspectos relacionados con la serie convirtiéndose en el compañero ideal para diseccionar desde la profundidad de los guiones y los personajes hasta cualquier aspecto técnico, pasando por otros más insólitos como, por ejemplo, las implicaciones desde el punto de vista de la física que se esconden detrás de las puertas del tiempo.