El lector experto se dará cuenta de que no estamos ante una antropología teológica al uso, en el sentido de que no se trata de un manual académico, frío y aséptico, en el que se analicen y criben doctrinas varias. Sin embargo, tanto el estudioso como el lector inquieto por encontrar cauces nuevos para la reflexión acerca del hombre, sí encontrarán una antropología teológica rigurosamente confeccionada. Descubrirán en sus páginas la fecundidad de un pensamiento elaborado desde la luz que el Oriente cristiano menos racionalista y encorsetado por rigorismos conceptualistas aporta al Occidente postilustrado al «decir el hombre».