La literatura, el oficio de escribir, jamás se ha mostrado ajeno al viaje, entendido éste como travesía de la memoria y la imaginación, concebido también para ir al encuentro de realidades buscadas. Comprenderlo como metáfora, interpretar su riqueza mítico-poética, oscila entre el viaje estático y el viaje dinámico al que obliga la distancia. Ha nutrido a la narrativa, porque desde la Iliada hasta Ébano —de Ryszard Kapuscinski—, pasando por Moby Dick, El corazón de las tinieblas, Viaje al centro de la noche, Los siete mensajeros, Crónicas marcianas o Nocturno hindú, todo un fecundo con-junto de escritores se ha afanado en buscar un objetivo. Pluralidad de intenciones, luego plasmadas en cuentos y novelas, patentiza a través de sus obras la legitimidad de hombres y mujeres que idean caminar por un desafío concretado en hacerlo justo en pleno filo de la navaja. Entonces, el abismo del itinerario transcurre materialmente en el hilo conductor de un folio tras otro, y el propósito señalado se manifiesta en el hallazgo mediante las palabras.