En Mayo de 1869, Rivadeneyra inicia, sin ningún interés científico ni político, su viaje de Ceilán a Damasco, simplemente con el deseo y «...objeto de narrar lo que he visto, pues escribiendo al par que caminaba... el ánimo siempre distraído, tampoco me habría sido dado acometer trabajo que pidiese largas meditaciones», como cuenta en su nota al lector. Su motivación viajera se alinea con toda la tradición literaria, de la que son notorios ejemplos los viajes de Chateaubriand, Beckford, Irving, Flaubert frente a la tradición naturalista de los viajes de Bates, Wallace o netamente exploradora como el libro de John Wesley Powell. Su narración, hoy de una actualidad sorprendente, baste leer sus andanzas por el golfo pérsico es muy amena, interesante y aunque lejos de la profundidad de un etnólogo como Burton, no por eso su mirada curiosa no deja de sorprendernos y de divertirnos, pues Rivadeneyra tiene respecto a los otros viajeros españoles del siglo XIX la ventaja de ser un excelente escritor.