Decía Jimmy Durham que las sillas delimitan nuestros cuerpos con el fin de volverse esenciales y que la arquitectura —espíritu santo de una entidad fantasmal y escurridiza vinculada con el Estado— fue la encargada de inventarlas. Del mismo modo, cientos de artistas y literatos llevan décadas mostrándonos el papel de los culos más inquietos en la lucha contra estructuras y escaños, intentando recordarnos de mil maneras lo que todos tenemos abajo. ¿Cómo contar, entonces, la historia de los culos libertarios que montaron la artística Logia P2 alzándose contra tanta opresión? Obviamente, con cierto tacto y notable atención. Ese, y no otro, es el objetivo de este libro.