El 13 de febrero de 2001 a las 2.27 p. m., el universo padeció una crisis de confianza que detuvo su expansión con calamitosas consecuencias. Todo regresó al 17 de febrero de 1991, fecha en que se recuperó la normalidad expansiva: los hombres se vieron entonces obligados a repetir punto por punto lo que ya habían hecho durante una década sabiendo con pavorosa exactitud qué les deparaba el futuro. Vidas automáticas. Algo muy molesto. Incluso los muertos resucitaron para refallecer el día de autos. Después llegaría la debacle: acabada la reposición y restaurada la incertidumbre se declaró una epidemia de libertad. Nadie lograba emplear su albedrío. Era la parálisis. Sólo Kilgore Trout, un anciano y disoluto escritor de fantasías nunca premiadas en Suecia, diagnosticó el mal y prescribió el tratamiento. Ésta es la trama de un laberinto narrativo y alegórico al que Vonnegut dedicó largos años sin encontrar la salida. Pero conservó el hilo, y de aquella derrota nació una joya del humor metafísico. Reunió fragmentos, alteró pasajes, irrumpió en la historia, contó su vida, dialogó consigo mismo (Trout mediante) y dio rienda suelta a una lucidez intempestiva. Opiniones, disparates, melancolías, bromas, brumas, pullas, verdades, sofismas, consejos y aventuras danzan al son de la magistral batuta. Si nunca ha sido fácil catalogar la obra de este burlador incorregible, aquí nos lo pone aún más difícil. ¿Ficción (con o sin ciencia)? ¿Ensayo posbiográfico? ¿Ambas cosas? ¿Otras cosas? Da igual: una auténtica gozada.