No hay otro país como Japón en la ancha geografía espiritual de este exquisito narrador suizo. Desde su primera estancia en 1955 volvió en incontables ocasiones hasta 1970, seducido por la complejidad de su cultura y el abismo pendular de sus contradicciones que Bouvier asume fascinado. Todo un aluvión de premios literarios celebran una prosa única que enlaza con instinto poético la levedad del momento, con la magia del pasado; la atmósfera zen de los lugares con un halo de intima emoción que nos atrapa a su lectura.