Carlos Dávila tiene a sus espaldas una extensa, y harto fructífera, trayectoria como periodista. Ha vivido de todo, y en todos los frentes. Y en todos ellos ha dejado testimonio de su impronta veraz, poco dada al conchabeo y más amiga de llamar a las cosas por su nombre, caiga quien caiga, cueste lo que cueste. Es lo que hace sin el menor empacho en este libro divertido e irreverente, en el que —con desparpajo que asombra por lo inusual— desgrana la que llama «la España resistente», que no es la España de la oposición franquista, a la que acusa de pasarse cuarenta años «durmiendo plácidamente la siesta», sino la que ponía el grito en el cielo ante los primeros bikinis mientras miraba de reojo; la que seguía llamando a los británicos la Pérfida Albión, y acto seguido renegó de estudiar inglés; la que se deja lidiar hasta el extremo, sin rechistar y sin oponer resistencia alguna, por una izquierda que se burla de sus temores y aguarda el instante preciso de enviarla al gueto. La de una España, en suma, que en el fondo ambicionaba que Francisco Franco, el Generalísimo, fuera realmente inmortal. ¡Menuda faena les hizo! El barman Perico Chicote y Manuel Fraga Iribarne, el ínclito Zapatero y el Nobel Camilo José Cela, El Séneca de Pemán y el juez Pedraz, se asoman entre otros muchos nombres del más variado pelaje a esta crónica plagada de revelaciones y anécdotas jugosas, que se bebe con fruición, y, sobre todo, con una sonrisa casi perenne en los labios.