Wilde propone aquí una identidad radicalmente heterodoxa para el crítico. Su crítico no se limita a interpretar y evaluar la obra ajena. No es ecuánime, ni racional, ni sincero, sino esencialmente creativo. Además viaja por la tradición como un aventurero en busca de experiencia. Desde esta perspectiva, el espíritu crítico representa mucho más que una función concreta dentro de la sociedad. Constituye de hecho el paradigma de un nuevo sujeto, cuyo ejemplo podría conmover los cimientos de la sociedad.