Ya se la profese o se la niegue, la fe invade al hombre con muchos interrogantes y le sitúa ante muchas decisiones problemáticas. En efecto, creer es sobre todo un fiarse. Fiarse de alguien cuya palabra y cuya presencia parecen dar a la vida un sentido o, mejor aún, proponer un camino por el que podamos introducirnos con confianza. La fe, que en la relación con la libertad, la felicidad y la autorrealización no establece siempre y de modo automático relaciones fecundas, puede parecer en ocasiones una propuesta de mortificación de la propia personalidad, un camino de renuncia y de privación para conquistar el más allá. Con todo, la esperanza de la vida que supera la muerte no solo no niega, sino que reevalúa la importancia de la vida terrena; la fidelidad a la tierra no descalifica la riqueza de significado de la eternidad, sino que la hace posible. Por otra parte, Jesús no habló de vida eterna más que para responder a preguntas de otros y puso el acento en una vida plena y cargada de posibilidades.