El rigor profesional de magistrados e investigadores es el factor esencial para que la mafia comprenda que Sicilia no es el patio de su casa y servirá por tanto para neutralizar la insolencia y arrogancia del mafioso ante la autoridad del Estado. Puedo afirmar que el mejor resultado alcanzado a partir de las investigaciones practicadas en Palermo en los últimos diez años se ha fundado precisamente en privar a la mafia de su aura de impunidad e imbatibilidad. Incluso aunque los condenados del macrojuicio sean puestos en libertad, se habrá logrado un resultado: que la mafia sepa que puede ser conducida a los tribunales y que sus capos pueden ser condenados. Los resultados sólo llegan con un compromiso férreo, constante, diario. Sin jactancias ni diletantismo. En la medida en que la batalla que libramos es una guerra auténtica con sus muertos y heridos, debe combatirse con el mayor empeño y seriedad. Los que han frivolizado o querido pasar por luchadores sin serlo han acabado pagándolo, en muchos casos dejándose la vida en ello. El juez Giovanni Falcone nació el 18 de mayo de 1939 en el seno de una familia de la burguesía palermitana que residía en el centro histórico de la capital siciliana. Allí creció respirando la misma atmósfera de clientelismo, favores, extorsión y tacitismo en la que se formaron muchos de los hombres a los que se vería obligado a interrogar y encarcelar a lo largo de su carrera judicial. Esta carrera judicial, pues, y el éxito con que completó algunos de los procesos más importantes en la lucha contra la criminalidad organizada en Italia arraigaban en la familiaridad que compartía con sus enemigos por los códigos y sobreentendidos mafiosos, por las señales y los silencios, y que le permitió investigar el fenómeno mafioso con una acuidad e ingenio (y capacidad de trabajo) sin parangón. Después de sus primeras experiencias profesionales en Lentini y Trapani, fue trasladado a Palermo tras el atentado contra el juez Cesare Terranova (25 de septiembre de 1979). Su actividad en la capital le fue progresivamente concienciando de la necesidad de acometer investigaciones patrimoniales y bancarias que completasen una visión orgánica de la Cosa Nostra su funcionamiento, enlaces, jerarquía para llevar a buen puerto indagaciones que no pocas veces terminaban con un veredicto absolutorio. Tras su integración en el llamado pool antimafia, junto con su colega Paolo Borsellino, en 1984 se produce un vuelco en las investigaciones sobre la mafia siciliana: Tommaso Buscetta, «el rey de los dos mundos», se entrega a la justicia para colaborar en el desmantelamiento de la organización. Gracias a sus declaraciones y a las de otros «arrepentidos», el 16 de diciembre de 1987 el tribunal de Palermo culmina con éxito el llamado «macrojucio» contra la cúpula de la mafia isleña. Con todo, el juez no deja de recordar las palabras de advertencia que en su día le dirigiera Buscetta: «Usted acaba de abrir una cuenta con la Cosa Nostra que sólo se cerrará con su muerte». Durante las vacaciones veraniegas de 1989 sufre un atentado sin consecuencias en una villa alquilada junto al mar en el pueblo de Addaura. Ello no impide que en esos años y en los sucesivos trabaje de manera fructífera, tanto en Italia como en EE.UU. (en alguna ocasión con el entonces fiscal Rudolph Giuliani), para desbaratar el tráfico de heroína en manos de familias sicilianas, que en la segunda mitad de los ochenta controlaban el treinta y cinco por ciento de dicho comercio, y, en consecuencia, el frenético enriquecimiento ilegal del crimen organizado en Sicilia durante aquellos años. Sus logros y buenos resultados vuelan con él por los aires el 23 de mayo de 1992 con el estallido de mil kilos de explosivo detonados a distancia en el tramo de Capaci de la autopista entre Messina y Palermo.