No tengo claro en qué momento comencé a sentir que algunos de mis artículos podrían merecer una segunda vida. Una reencarnación en forma de libro. Me pareció que los distintos textos que aparecen en este libro se necesitaban entre sí, y que cada uno de ellos conocía el sitio exacto que debía ocupar, y que sus límites encajaban tan bien con los de alrededor como si fueran las piezas de un rompecabezas minucioso? Temí también que esta recopilación pudiera ser superflua y banal. Más aún, ¿no resulta hasta contradictorio que bajo el título «Contra la arrogancia de los que leen» se den a imprenta los meros apuntes de un lector? En todo caso, me gusta pensar este libro como hijo de esa tensión. Y de otras tensiones, como la que existe entre leer y escribir. O la que se pregunta si hay diferencias entre los escritores que leen y los lectores que escriben, y si las hay cuáles son. O la que busca la última frontera en el afán de expresar el amor por los libros, con el fin de promover la lectura, sin caer en la trampa de convertirse en un burdo propagandista o un odioso fanfarrón.