El autor trata de exponer una antropología “confesional” y abierta. Confesional porque presupone fe en el Dios Trinitario y confianza en el ser humano, imagen de Dios; fe que complementa a la razón cuando es necesario y que se oculta cuando la razón se basta por sí misma. Y abierta, pues se alimenta de diferentes fuentes, sin pretender poner un punto final a la búsqueda de nuestro propio misterio. Y, además, es una antropología relacional, una antropología del amor, que incluye distintos contextos: teologal, eclesial, monástico, espiritual y existencial.