A golpe de tecla hoy se puede estar en cualquier parte; hacer una visita virtual a los tesoros del Louvre o dar un paseo por las tiendas de moda de la Quinta Avenida; trasladarse de un sitio a otro a gran velocidad en un solo fin de semana. La tecnología y los servicios de televisión por cable han desvanecido el aura romántica y misteriosa del encuentro, del primer encuentro. «Haberlo visto todo», «haber estado en todas partes», es una experiencia común y generalizada, de la que este libro no habla; Con la sangre despierta trata de la experiencia de «haberlo vivido», de haber estado allí, de haber sufrido y gozado al mismo tiempo el primer encuentro con una ciudad ajena, de haber absorbido de ella todo lo que puede ofrecer, todo lo que puede esconder, lo que nos hace quererla, admirarla, pero también, a veces, padecerla. Como explica Juan Manuel Villalobos en el prólogo, la ciudad que uno descubre a su llegada es uno, porque el verdadero encuentro de estos once escritores que narran su primer arribo a ese lugar desconocido, es, sobre todas las cosas, con ellos mismos, con lo que fueron alguna vez, con lo que dejaron de ser, para fundirse y fundarse, como una ciudad, de nuevo. El resultado son estas once crónicas, tan diversas como los autores y ciudades que las componen, en las que el lector encontrará una mirada fundacional a cada una de las urbes que acogieron a los escritores durante periodos variados. Algunos de ellos se toparon con barreras lingüísticas infranqueables, culturas hostiles e indiferentes, revoluciones en ciernes, crisis económicas e intentos de asalto, que hoy narran con la cálida nostalgia de la distancia. En todos los casos, asistimos al registro de una experiencia fresca, que exigía permanecer en todo momento alerta o, en otras palabras, «con la sangre despierta».