Los conflictos internos derivados de transiciones nacionales sólo pueden ser juzgados y resueltos por cada país que los vive. Sólo ellos conocen su historia. Lo más que nosotros, desde afuera, podemos hacer es crear el clima apropiado para las negociaciones diplomáticas y los acuerdos políticos. En distintos momentos del siglo actual, México, Guatemala, Cuba y Chile han protagonizado este conflicto entre el proyecto nacional, la intervención norteamericana y la primacía del derecho. Ahora, es el turno de Nicaragua. El país más atropellado, más humillado, más despreciado por los Estados Unidos en lo que va del siglo -de la intervención de Taft contra José Santos Zelaya en 1909, a la casi constante ocupación por la infantería de marina durante los siguientes veinticinco años; al mantenimiento activo de la dictadura somocista hasta 1979- ha levantado cabeza, ha decidido afirmar su dignidad y su autonomía, y lo ha hecho apegado tanto a los derechos soberanos de transformar revolucionariamente sus estructuras, como al derecho interamericana e internacional que le garantiza al nuevo gobierno de Nicaragua los derechos que sus antecesores pasaron por alto... Los discursos de Daniel Ortega que ahora reúne Siglo XXI permanecerán en la historia de la larga y tesorera lucha de la América Latina por su independencia y por su derecho. Otros, de Bolívar a Cárdenas, de Roa a Allende, de Toriello a Padilla Nervo, lo han precedido en la tribuna ambulante de la independencia latinoamericana. Otros, sin duda, lo seguirán. Hoy por hoy, Daniel Ortega y Nicaragua hablan por la mayoría de nosotros.