Desde fines del siglo XIII, dos célebres órdenes, los franciscanos y los dominicos, consiguieron que los antiguos flagelantes se organizasen en forma de cofradías y que sustituyeran paulatinamente la sangre de sus flagelaciones por el ejercicio continuado de saber reconocer en el prójimo necesitado el rostro del Jesús extenuado por el dolor. Los instrumentos de la disciplina quedaron poco a poco en segundo plano en las sedes cofrades y, a cambio, levantaron hospitales, orfanatos, etc. Desde una altura moral que les permitía mirar a Dios cara a cara, los antiguos cofrades flagelantes consideraron su origen de sangre vertida por amor a Dios como su principal título de nobleza y de antigüedad. Y así desearon perpetuarse en sus imágenes e iconografía. Los orígenes de esta laicidad comprometida con la Iglesia, organizada y gratificante, y su evolución hasta la época del Concilio de Trento, contemplada desde los textos y las imágenes coetáneas, constituyen la razón de ser de este libro. Coedición con Alma Mater Museum