A lo largo del siglo XX, la ciencia ha hecho descubrimientos espectaculares. Y todos ellos confluyen en un punto: la necesidad de recurrir a la idea de un designio inteligente para explicar la creciente complejidad del universo. La física ha demostrado que el cosmos tuvo un comienzo, que el universo es mucho mayor, más complejo y más maravilloso de lo que en principio se intuía. La biología, desentrañando los misterios del gen y los mecanismos irreductiblemente complejos, ha puesto en tela de juicio el desarrollo evolutivo a través de mutaciones aleatorias. El origen de la vida sigue siendo inexplicable sin recurrir a un designio inteligente. La neurología, al investigar el comportamiento del cerebro humano en relación a la espiritualidad, está descubriendo que las conclusiones de Sigmund Freud, al afirmar que La religión es un espejismo, eran precipitadas y reduccionistas. El cerebro, visto como una simple computadora desligada de todo elemento trascendente, no encaja a la hora de explicar la complejidad y la peculiaridad de la conciencia humana. Las cosas han cambiado tanto que se ha invertido el proceso. Antaño eran los apologistas cristianos los que tenían que esforzarse en argumentar la existencia de un Creador, hoy son algunos científicos ateos los que investigan febrilmente tratando de apartarle de la escena. Hace unos años, creer en Dios requería un salto de fe, ahora cada vez hace falta más fe para seguir negando su existencia. El científico cristiano Antonio Cruz, biólogo y pastor, en un lenguaje asequible pero sin perder por ello su valor científico, con la ayuda de imágenes esquemas y diagramas, explica en éstas páginas los más recientes descubrimientos de la nueva ciencia que apuntan hacia la realidad de Dios. Con ello, abre un nuevo horizonte en el campo de la apologética cristiana para el siglo XXI.