El arte cinematográfico hereda su capacidad especular de la Pintura, cuyo recurso al espejo goza de una dilatada tradición. El director portugués João César Monteiro (1939-2003) sitúa su cine frente al espejo y, así, sus largometrajes se hallan plagados de citas, referencias y alusiones a numerosas películas, cineastas y personajes de la ficción fílmica. A través de estos intertextos Monteiro consigue una fusión perfecta entre su universo cinematográfico (sus temas, sus obsesiones, su estética particulares) y la Historia del Cine, dado que tales intertextos le permiten construir relatos absolutamente genuinos en los que aparecen pertinentemente imbricadas obras fundamentales del Séptimo Arte. Esta utilización del cine dentro del cine que lleva a cabo el realizador luso supone un sugerente desafío para el espectador -más aún para el cinéfilo y el historiador del Cine- por cuanto representa un aspecto clave de cara a la interpretación y significado últimos de cada uno de los filmes de Monteiro. El presente volumen analiza este fenómeno en dos de las películas más significativas de su filmografía: A Flor do Mar (1981) y Vai e Vem (2003).
Este libro constituye una brillante encrucijada de reflexiones sobre la historia del cine, el pensamiento utópico, las prácticas del diseño desde el siglo XIX y la psicología social. Sabíamos ya que las películas pueden ser documentos elocuentes acerca de las formas de vida y los objetos cotidianos característicos de su época de producción. En este sentido, el cine ha sido utilizado con frecuencia y provechosamente como espejo en el que contemplar y analizar las costumbres de otras épocas, sus modas vestimentarias, sus ritos sociales, sus escenografías, el diseño de sus muebles y sus vehículos y la utilería de su vida cotidiana. Pero en este libro Rosa Delgado Leyva da un paso más allá y tiende un puente entre algunos objetos cotidianos que aparecen en la pantalla desde los orígenes del cine y ciertos modelos matriciales o arquetípicos del imaginario humano cuando se sitúa en el futuro.
En 1929, «Un chien andalou» provocó en su estreno parisino un enorme escándalo, tanto por lo chocante de su contenido como por el carácter subversivo de su estructura y de su forma narrativa. Este libro, cuya primera edición data de 1986, ofrece, además de un análisis detallado del film y de su proceso de producción, una contribución inestimable al corpus de estudios sobre la obra de Luis Buñuel. El volumen aborda, entre otros aspectos, la influencia del imaginario daliniano en la película, las relaciones de esta última con «La coquille et le clergyman», de Antonin Artaud y Germaine Dulac, así como su influencia en directores posteriores como Hitchcock o Polanski o autores como Samuel Beckett. Cierra el texto un «découpage» detallado, tanto gráfico como literario. Esta edición incorpora elementos que el autor añadió a la versión americana de The University of Minnesota Press, así como nuevas imágenes digitalizadas del film.
Un hombre que duerme es la historia de un joven que se quiso al margen de(l) todo... y la del cruel aprendizaje de que no existe nada fuera de esa totalidad. Duro escarmiento de un sujeto que, desmigajado el universo, se atormenta y se vuelve culpable. Porque, en definitiva, no se puede juzgar el todo, ni medirlo, ni compararlo, ni, sobre todo, negarlo. No obstante, el espíritu de este libro quiere ser fiel a la movilidad de la búsqueda, al pensamiento vagabundo, como si de antemano estuviese de acuerdo con el nomadismo de una verdad o una realidad que se hacen y deshacen en el caminar, como la ciudad misma. Igual que ocurre con el propio estatuto del sujeto, el sentido es siempre varios: la verdad comienza en el desdoblamiento, y la fisura, en dos, en el entre-dos. De ahí la necesidad de una interpretación que no se resuelve en la revelación de una realidad oculta, sino en la lectura de un texto en varios sentidos y que, en suma, no tiene más significado que el del proceso, el devenir. La interpretación es siempre un estuario, una travesía de múltiples direcciones. Este ensayo tiene, pues, la estructura de un cruce o de un pasaje que permite por un momento atravesar las distintas líneas de sentido que recorren los diferentes textos (narrativo, fílmico) que G. Perec tituló Un hombre que duerme, y su encaje dentro del contexto biográfico e intelectual del autor y de su tiempo.
Una fotografía mítica ha dejado testimonio de una reunión legendaria. En noviembre de 1972, el cineasta George Cukor quiso reconocer el talento de Luis Buñuel y le invitó a una comida en su fabulosa mansión de Beverly Hills. A la cita acudieron John Ford, Alfred Hitchcock, Rouben Mamoulian, Robert Mulligan, George Stevens, Billy Wilder, Robert Wise y William Wyler, una pléyade de maestros de Hollywood jamás congregada y retratada en un acto privado. Fritz Lang no pudo acudir por estar indispuesto, pero recibió al día siguiente en su casa la visita del director español, quien cuatro meses después ganaría el Oscar con El discreto encanto de la burguesía. Medio siglo más tarde, el periodista, novelista y guionista Manuel Hidalgo narra los detalles de aquel banquete y del extraordinario escenario en el que se celebró, al tiempo que, con técnicas narrativas y con multitud de anécdotas, pone en pie un espectacular y apasionante artefacto cinéfilo que recrea las vidas y las filmografías de Luis Buñuel y de todos los grandes e inolvidables genios que participaron en aquel histórico almuerzo, esclarece sus afinidades y sus diferencias, sus luces y sus sombras, sus peripecias novelescas y su legado personal y cinematográfico.
Cuando Marx y Lenin se encuentran con el cine y no saben muy bien por dónde tirar, hacen lo mismo que los personajes interpretados por John Travolta y Samuel L. Jackson en Pulp Fiction: llamar al Señor Lobo, es decir, György Lukács, que es el único que puede hacer que nos quedemos contentos con los problemas de la mímesis y el reflejo antropomorfizador. El pensamiento estético de György Lukács, pese a ser este uno de los intelectuales marxistas más importantes del siglo XX, no ha recibido ni de lejos la atención que merece. Se le ha leído poco y mal, muy mal. Tanto que se le ha acusado a la vez de ser lo mismo un burgués decadente como el filósofo oficial del «realismo socialista». Nada menos. Lukács no tiene nada de ninguna de esas dos figuras. El libro que el lector tiene en sus manos surge de reunir, estudiar y espigar lo más interesante para el análisis fílmico de la obra lukacsiana. A través de sus escritos podemos darnos cuenta de cómo Lukács vio en el cine, desde sus inicios, el nacimiento de un nuevo arte, una nueva belleza. Esto implica que se esfuerza en poner en juego nuevas categorías y en aplicar de forma específica las que ya tenía para el arte en general. Así, para nuestra sorpresa, de su lectura emergen herramientas de reflexión de gran fertilidad para el análisis actual del cine. Ante su invisibilidad, quizá sea un momento oportuno para recuperar, de la mano del pensador húngaro, una estética relacional que nos regala análisis precisos para una teoría del cine como arte y como ensayo de una vida más inteligente y más digna.