El término «Gran Parada» se emplea en aviación cuando después de un determinado tiempo de vuelo un avión se desmonta entero y se vuelve a montar. ¿Es el mismo avión o es otro diferente? se pregunta Larrondo. El propio autor asume que la «Gran Parada» es aquella que se necesita «para intuir lo que hemos hecho y lo que podemos llegar a hacer» y, en consecuencia, este libro como cualquier otro texto no supone otra cosa que «pequeñas grandes paradas para ordenar una cadena de decisiones y reflexiones tomadas durante un tiempo anterior al mismo.» José María Larrondo inicia en la gran parada un paseo en soledad por el paisaje nevado, infinito, de su Siberia interior armado con la inmaterialidad etérea de los conceptos y con la untuosa pasta de la pintura-pintura, defendiendo el necesario diálogo entre la plástica y la literatura como recuerda su prologuista: «Me parece estupendo que se utilice la literatura para adentrarse en la plástica. Pero también debería serlo desarrollar una actitud literaria a la hora de elucubrar esta última sin complejos.» Como el pintor que es, los textos que integran este volumen han sido estructurados como si de formatos de cuadros se tratara: marinas, paisajes y figuras, pero «eso sí, antes de todo ello siempre aparecen los dibujos, los bosquejos o los encajes. También nerviosos, con apariencia de esencia de idea.» Esperamos desde la editorial que la lectura de la gran parada sirva al lector para sumergirse si no lo conocía ya en el personalísimo universo creativo de José María Larrondo, uno de los máximos exponentes del panorama artístico de las últimas décadas.
Anne Cauquelin rastrea en la filosofía occidental la idea de otros mundos fuera del nuestro, llamado "real". Bajo este presupuesto, la autora lleva al lector a distinguir cuál es el marco de cualquier reflexión artística y estética, especializada o vulgar, en el mundo real y en el virtual. En el libro analiza tanto los argumentos aristotélicos que perviven en nuestro modo de pensar, como la teoría fundadora del mundo único, geocéntrico, a partir principalmente del Tratado del cielo de Aristóteles, así como sus influencias en las visiones de la Antigüedad y de los teólogos medievales, los neoplatónicos del Renacimiento, hasta el mundo (único) de Descartes.
Objetos inauditos, gestos excéntricos, pero también fotografías, videos y pinturas de factura tradicional: todo eso conforma el arte contemporáneo. Para quien se aventure en el mundo artístico, este libro es entonces un vademécum, una fuente de referencias. Y para el lector curioso, la autora ofrece una serie de observaciones críticas y sugiere temas de reflexión. ¿Desde cuándo el arte moderno es contemporáneo? ¿Cómo explicar que recorra caminos tan contradictorios? ¿Por qué los artistas han querido transformar el vínculo entre los espectadores y las obras? Y cuando las fronteras que lo separan de la moda, la arquitectura, el documental o incluso los objetos rituales se vuelven borrosas, ¿todavía es posible formular una definición que abarque cabalmente este tipo de arte?
Por mucho que aparezca hoy como algo teóricamente incuestionable, la realidad de la esencial igualdad del ser humano es algo difícil de reconocer en la práctica. Históricamente no lo ha sido nunca y en la actualidad tampoco lo es. El factor que lo impide es el atributo existencial (clase, raza, sexo, nación, civilización) que contamina ?consciente o inconsciente? nuestras referencias de conducta personal. Pero como no hay nada más fuerte que la realidad, el resultado de su falta de reconocimiento ha sido y es, con demasiada frecuencia, el terror y el crimen. Necesitamos por ello eliminar al atributo de nuestras referencias morales, necesitamos un modelo sin atributos capaz de sacrificar la seguridad espiritual que tan fácilmente proporciona lo atribuido desde fuera a la realidad moral. Capaz de reconocer, cuando los encuentre, esos humildes e incómodos ocho minutos de arco, que siempre obligan a comenzar de nuevo.